



Los bosques termófilos de Canarias están formados por una vegetación de tipo mediterráneo–norteafricana, destacando especies como las palmeras, los dragos, los almácigos, los lentiscos, los acebuches o las sabinas. Estos bosques, situados en las medianías bajas de las islas, entre el matorral costero y el monteverde, se sitúan en una franja altitudinal de 200-700 metros, en función de la isla y la orientación dentro de la misma. En las islas Canarias se ha reducido más de un 80 % la superficie potencial de bosque termófilo, alcanzando cifras alarmantes, como es el caso de la isla de Tenerife, con una reducción en torno al 93 %. Pese a representar uno de los ecosistemas con mayor diversidad de las islas, con numerosas especies exclusivas (muchas de ellas en peligro de extinción), el bosque termófilo es el hábitat peor conocido debido, en gran parte, a la alta degradación que ha sufrido desde la llegada de los primeros pobladores a Canarias. Las condiciones favorables de este ecosistema facilitaron los primeros asentamientos rurales, produciendo, en muchos casos, la desaparición o deterioro de esta formación vegetal. Por ello, la restauración de los bosques termófilos debería constituir una de las líneas prioritarias de conservación para los ecosistemas canarios, ya que su riqueza, escasez y dificultad para recuperarse de manera pasiva o natural, es muy lenta y compleja.